El buen sexo y su mala fama
Se le ha hecho mala fama al sexo. Algunos piensan que mejor
ni hablar de ello, a ver si pasa desapercibido. Otros hablan de él como quien
habla del demonio mismo. Es perverso cuando lo practican los jóvenes y
asqueroso cuando lo hacen los viejos. Al final, queda apenas para un pequeño
grupo de hombres y mujeres casados que
se ven obligados a sacrificarse en la realización de “el acto” no por el
acto mismo – eso sería pecaminoso y malsano – sino para garantizar la
preservación de la especie.
Eso dicen. El sexo, sin embargo, nos rodea y se nos cuela
por dentro y por fuera en todos los aspectos de la vida y, al hacerlo, se
trasciende a sí mismo: bien visto, el sexo es mucho más que eso que llaman
sexo. El sexo verdadero, no es pornográfico, no lastima, no se regodea en la
humillación del otro; el sexo acaricia, no golpea; el sexo respeta y comprende,
no humilla; el sexo se acerca siempre preguntando y ofreciendo, nunca forzando
a nadie; el buen sexo busca ante todo la satisfacción del otro, no el goce
egoísta. El buen sexo tiene mucho que ver con el Amor: el sexo no hace alarde, no se envanece, no
procede con bajeza, no busca su propio interés. El sexo al que aspiramos no
parte del abuso sino del afecto, le importa el otro y surge siempre del afecto
y del respeto por uno mismo y por el otro.
El sexo es placentero, sí, pero ese
placer encuentra su mejor sentido en el disfrute recíproco y cariñoso de la
pareja: los dos se harán una sola carne.
Una sexualidad bien llevada es parte integral de una vida
bien llevada, de una vida centrada en el afecto, en el respeto, en el disfrute
de nuestros vínculos con los demás. Una vida que comprende y que vive el amor
en todos sus aspectos, y que es capaz de sentir al otro como nuestro igual y de
amarle como nos amamos a nosotros mismos. No hay nada sucio, nada pecaminoso,
nada perverso en una sexualidad placentera y responsable que se constituye en
un elemento más de nuestros vínculos afectivos.
Pero no es tan fácil. Hay riesgos, hay peligros, hay
amenazas. Y los seres humanos caemos fácilmente en la tentación. Con una
facilidad trágicamente humana, pasamos de la caricia al golpe. En un instante
nos olvidamos que estábamos ahí para ser una sola carne y aprovechamos
cualquier grieta, cualquier debilidad para imponer nuestro dominio, y usamos el
sexo como herramienta de poder y de control. El sexo es poderoso, y es grande
el daño que podemos hacer si lo usamos como ARMA.
Podemos ahogar al otro en el
abrazo, asfixiarlo hasta que se niegue a sí mismo y se someta al dominio que
buscamos. El sexo que busca placer a toda costa, es un sexo que abusa del otro
sin importarle si es un niño o una niña pequeña, sin importarle si es un hombre
o una mujer que quiere y consiente, o que simplemente se deja... temeroso de
decir que no. El MIEDO y el SEXO no
debieran ir nunca juntos. Pocas cosas pueden hacer tanto daño como el disfrute
que se obtiene del miedo, de la fuerza, del abuso, del dominio.
Acechan además las otras consecuencias del sexo precoz, del
sexo forzado, del sexo descuidado: se puede perder o hipotecar la vida en un
instante de abuso o de descuido. Hay enfermedades tan graves que pueden causar
la muerte. Pero está sobre todo la reproducción no deseada, el embarazo
infantil o juvenil, el verse forzadas desde muy temprano a una responsabilidad
que aún no les correspondía, a ser madres cuando eran todavía niñas, a ser
madres cuando no lo deseaban, cuando no estaban física, mental o afectivamente
dispuestas a serlo. Y ellos, a ser padres también: unos, jóvenes asustados que
muchas veces huyen de las consecuencias de un descuido irresponsable; otros,
adultos que abusaron de su poder y a los que simplemente no les importa.
Así somos los seres humanos: podemos tomar lo más
maravilloso y transformarlo, a base de miedo y egoísmo, en una tragedia, en un
pecado de los más nefastos: destruir la vida de los otros por un malentendido
disfrute pasajero.
Por eso debemos hablar de sexo, acabar con su mala fama, con
su tabú, sacarlo del escondite en que lo hemos ocultado y airearlo: que todos
lo conozcan, que aprendan y que aprendan bien: hay
que vivir sanamente la sexualidad, responsablemente, amorosamente. Esto tenemos
que aprenderlo desde muy pequeños, en nuestras casas, con nuestros padres,
hermanos, abuelas... el diálogo con los jóvenes es fundamental.
Tenemos que
aprenderlo también en la escuela y el colegio, abrir espacios para la reflexión
y esa educación para la vida y la convivencia que tanta falta nos hace. Educar
para la afectividad es algo vital, aprender a querer y respetar, aprender a dar
y recibir cariño, aprender que la caricia no es un arma sino un gesto de
afecto, y que puede ser muy hermoso.
No debemos temer al sexo ni, mucho menos, a la educación
sexual. Temamos, sí, a la ignorancia que permite transformar la manzana – fruta
sana y sabrosa – en fuente de pecado y, al sexo, en fuente de agresión, de
dominio, de maltrato y de abuso egoísta. Liberémonos del miedo y la ignorancia.
Sepamos ser criaturas del amor.
Leonardo Garnier
FUNDACIÓN Q´INTI Organización Promotora de Actividades Educativas,Desarrollo y Bienestar Social.
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