Qué día tan
hermoso el de tu llegada!
No hay duda que cuando creces, te das cuenta del
verdadero valor y coraje que se necesita para ser madre.
Es sentir la dulzura
de una personita que está dentro de ti, sentir sus pataditas y sus movimientos,
ver poco a poco como crece, explorar sus
travesuras y esperar la nota más dulce de su voz al llamarte mamá.
La dignidad de la mujer radica en su ser propio y profundo, en ser persona que merece amor, por tanto no puede ser negada o despreciada. Se trata de que cada mujer, en su ser femenino, pueda redescubrir su propia identidad desde su forma vivencial realizada hasta el momento y, desde ahí, ir viendo lo construido en su itinerario de mujer y afianzar
más lo que le ayuda.
*El primer nivel que se va a encontrar es que es una mujer y que ella no eligió ni ser mujer ni ser varón. Es lo dado por el Creador e inscrito en su código genético La mujer se encuentra en el mundo con un cuerpo que es su identidad visible.
*El segundo nivel de aceptación es saberse hija. Nace en el seno de una familia, en un ambiente familiar que le acoge o en muchos casos casi no nota la cercanía de sus padres y eso le impide tener su cariño, sus afectos, sus caricias corporales de pequeña. Tiene una filiación natural "hija de", en caso de un amor verdadero, todos los hijos pequeños son capaces de identificar como absolutos a sus padres, en el sentido que le proporcionan cuidados, comida y cariño y no se sienten necesitados.
Pero, más allá de todo el cariño proporcionado por los padres, es importante que se sienta hija de Dios. Y debe saber, sea por fe o por conocimiento inculcado, que ella no se eligió a sí misma, ni tampoco la eligieron sus padres, pero sí que ellos hicieron posible con el Creador el misterio de su persona. Sus padres con su amor hicieron posible que ella venga al mundo y son co-creadores con Dios. La filiación natural que a la vez abre a la trascendencia le puede llevar a actuar más allá de complejos o ataduras, liberar de heridas profundas infligidas en su entorno y ayudarle a ser libre del dolor que le oprime, sea físico o psíquico.
*El tercer nivel a descubrir es el ser esposa compañera de viaje. En este caso, la dignidad de la mujer debe ser redescubierta y está íntimamente ligada al amor que recibe, al que ella misma responde en razón de su naturaleza profunda. En esa dimensión de esposa, que no siempre es fácil descubrir, no se trata de competir con el otro, ni de estar a otro nivel. Aquí no se necesitan disfraces, es la feminidad más bella, es el sentirse grande y pequeña a la vez, es saber acoger e intercambiar. Su relación en el matrimonio como esposa es más complicada que la que tiene como hija o más tarde como madre. Estas últimas le vienen dadas: se encuentra en una familia y conoce al hijo que ha engendrado al venir a la luz. Ser esposa implica una decisión voluntaria de compartir la vida con la persona elegida y aceptar lo que lleva consigo.
Ser esposa lleva consigo poner al descubierto su ser, estar ante el otro en la desnudez de la conciencia, en la verdad, en la dulzura y en la incomprensión, en la carencia y también en la riqueza de experiencia y de valores que el destino pasado dejó. Es necesario madurar los miedos, con la conciencia de saber quién se es, de dónde se viene y que proyecto de pareja se quiere construir, sin sentirse amenazada o aplastada y sin aplastar al otro, a la vez que caminan juntos en la ayuda mutua. La plenitud de la mujer es descubrirse día a día como esposa, al igual que la del hombre consiste en llegar a ser esposo, redescubriéndose mutuamente lo ignorado, escondido o negado que les impide crecer. Es establecer el cara a cara de la relación personal desde lo fácil y más aún desde lo que se vea difícil, condición necesaria para el avance personal, familiar y social, creando una relación justa, desinteresada, fecunda, que ayudará en la realización personal de ambos y en el crecimiento estable de los hijos.
*El cuarto
nivel la realiza como madre, al ser plenamente esposa, realizando su ser,
sintiendo que lo que hace está acorde con su naturaleza profunda. Y la mujer se
convierte plenamente en madre. No hay una maternidad verdadera sin un verdadero
encuentro entre los esposos, sin una unión en la entrega de sí como regalo al
otro y en la acogida del otro como don y regalo de sí mismo. Cualquier relación
que no lleve a la acogida plena del otro es falsear la realidad y sólo obtiene
encuentros fallidos y dolorosos. El desposorio verdadero lleva el poder innato
de la maternidad/paternidad.
La mujer, hija ,esposa y madre, lleva en su propio
seno al hijo, participando de una manera tan íntima del amor del esposo, del
hijo de ambos y de la Creación; entregando su propio cuerpo al esposo y al
hijo, sirviendo con su propia sangre a través del cordón umbilical del bebé,
sin mezclarse las sangres de madre e hijo, siendo alimento para su bebe-hijo y,
a la vez, contribuyendo con su generosidad a este designio de la naturaleza
humana de venir al mundo todos los seres en el seno de una mujer.
Es una gracia
extraordinaria del Creador concedida a la mujer. Todo su ser está concebido en
función de su vocación a la maternidad, esta es innata en ella.
Cada mujer
en su opción libre y responsable tiene que ver qué función quiere desempeñar en
la vida social.
"La auténtica maternidad espiritual puede
indicar proximidad a las personas, realismo, intuición, sensibilidad frente a
las necesidades psíquicas de los demás, y también mucha fuerza interior. Indica
una cierta capacidad especial de la mujer para mostrar el amor de un modo
concreto, un talento especial para reconocer y destacar al individuo dentro de
la masa".
Las madres están dispuestas a darnos todo, sin
esperar recibir nada a cambio.
Fundación Q´inti - Organizacion Promotora de Actividades educativas, Desarrollo y Bienestar Social sin fines de lucro.
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