EL DIARIO DE ANA FRANK
(Sinopsis)
Domingo 14 de junio de 1942
El viernes desperté ya a las
seis. Era comprensible, pues fue el día de mi cumpleaños. Pero no podía levantarme
tan temprano y hube de apaciguar mi curiosidad hasta un cuarto para las siete.
Entonces ya no soporté más y corrí hasta el comedor, donde nuestro pequeño
gatito, Mohrchen, me saludó con efusivo cariño. Después de las siete fui al
dormitorio de mis padres y, enseguida, con ellos al salón para encontrar y
desenvolver mis regalos. A ti, mi diario, te vi en primer lugar, y sin duda
fuiste mi mejor regalo. También me obsequiaron un ramo de rosas, un cactus y
unas ramas de rosas silvestres. Fueron los primeros saludos del día, ya que más
tarde habría bastante más. Papá y mamá me entregaron numerosos regalos y mis
amigos tampoco se quedaron atrás en materia de mimarme. Entre otras cosas me
regalaron un libro titulado, «Cámara Oscura», un juego de mesa, muchas
golosinas, un rompecabezas, un broche, las «Sagas y Leyendas de Holanda» de
Joseph Cohen, otro libro encantador, «Las Vacaciones de Daisy en la Montaña» y
algún dinero. Con éste me compré las leyendas mitológicas griegas y romanas.
¡Fantástico! Enseguida vino Lies y partimos juntas a la escuela. Comencé
siguiendo el ritual holandés de obsequiar golosinas a mis maestros y compañeros
de clase y luego nos pusimos a trabajar. Y, basta por hoy. ¡Estoy tan contenta
de tenerte!
El sábado por la tarde ofrecí una
fiesta de cumpleaños. Exhibimos una película, «El Guardafaro» (con Rin— tin—
tin), que gustó mucho a mis amigas. ¡Nos entretuvimos como locas! Había muchos
jóvenes y jovencitas. Mamá siempre quiere saber con quién pienso casarme más
adelante. Creo que se extrañaría bastante si supiera que es con Peter Wessel
con quien me casaría, pues siempre me hago la tonta cuando me pregunta. Con
Lies Goosens y Sanne Houtman somos compañeras de clase desde hace diez años y
ellas son muy buenas amigas. Entretanto conocí a Jopie van der Waal en el Liceo
Judío. Nos juntamos bastante y ella es ahora mi mejor amiga. Lies ha trabado
una amistad profunda con otra chica y Sanne va a otro colegio y se ha hecho de
nuevas amigas.
Sábado 20 de junio de 1942
No he anotado nada durante un par
de días, pues quise reflexionar sobre el significado y la finalidad de un
diario de vida. Me causa una sensación extraña el hecho de comenzar a llevar un
diario. Y no sólo por el hecho de que nunca había «escrito». Supongo que más
adelante ni yo ni nadie tendrá algún interés en los exabruptos emocionales de
una chiquilla de trece años. Pero eso en realidad poco importa. Tengo deseos de
escribir y, ante todo, quiero sacarme algún peso del corazón.
«El papel es más paciente que los
seres humanos», pensaba a menudo, cuando apoyaba melancólicamente la cabeza en
mis manos ciertos días en que no sabía qué hacer. Primero deseaba quedarme en
casa, enseguida salir a la calle, y casi siempre seguía sentada en el mismo lugar
como empollando mis tribulaciones. ¡Sí, el papel es paciente! No tengo la menor
intención de mostrar alguna vez este cuaderno empastado con el altisonante
nombre de «Diario de Vida», salvo que fuera a LA amiga o EL amigo. Y
seguramente no le interesará mucho a nadie.
Y ahora he llegado al punto
alrededor del cual gira todo este asunto de mi diario de vida: ¡en realidad no
tengo amiga! Quiero explicar esto en más detalle, pues nadie comprende que una
muchacha de sólo trece años se sienta tan sola. Y, por cierto, llama la atención.
Tengo padres amorosos y querendones, una hermana de 16 años y, si los sumo,
unos treinta conocidos, más o menos. Tengo una corte de admiradores que me dan
en todos los gustos y que durante las horas de clase suelen manipular algún
espejito de bolsillo hasta que logran capturar una sonrisa mía. Tengo
parientes, unos tíos y unas tías realmente encantadores, una linda casa y, en
realidad, no me falta nada, salvo... ¡una amiga! Con ninguno de mis conocidos
puedo hacer otras cosas que bromear o cometer disparates. Me es imposible
expresarme de veras y me siento interiormente abotonada. Tal vez esa falta de
confianza sea un problema mío, pero las cosas son así, lamentablemente, y no
logro superar mi condición.
Por eso el diario. Con el fin de
exacerbar aún más en mi la idea de la amiga ausente, no anotaré sólo hechos en
mi diario, como suele hacer el grueso de la gente, sino que este diario mismo
será mi amiga y esa amiga habrá de llamarse ¡KITTY!
Nadie sería capaz de comprender
mis conversaciones con Kitty si no cuento antes algo de mí. Muy a mi pesar
narraré brevemente lo que ha sido mi vida hasta ahora.
Cuando se casaron mis padres,
papá tenía 36 años y mamá 25. Mi hermana Margot nació en Frankfurt del Meno en
1926. Yo nací el 12 de junio de 1929. Por ser judíos debimos emigrar a Holanda
en 1933, país en que mi padre asumió el cargo de director de Travis, S.A. Esta
colabora estrechamente con la firma Kolen & Co., cuyas oficinas están en el
mismo edificio. Nuestra vida transcurrió llena de sobresaltos, pues nuestros
parientes que no salieron de Alemania cayeron bajo el peso de la persecución
desencadenada por las leyes de Hitler. Tras el programa de 1938, los dos
hermanos de mamá huyeron a América. Nuestra abuela se refugió con nosotros.
Entonces tenía 73 años. Después de 1940 terminaron los buenos tiempos. Primero
vino la guerra, luego la rendición, enseguida la entrada de los alemanes a
Holanda. Y así comenzó la miseria. Un decreto dictatorial siguió a otro y los
judíos se vieron especialmente afectados. Tuvieron que llevar una estrella
amarilla en su vestimenta, entregar sus bicicletas y ya no podían viajar en
tranvía, para no hablar de automóviles. Los judíos sólo podían hacer compras
entre 3 y 5 de la tarde, y sólo en tiendas judías. No podían salir a la calle
después de las ocho de la tarde y tampoco salir a sus balcones o jardines
después de esa hora. Los judíos tenían vedados los teatros y los cines, así
como cualquier otro lugar de entretenimiento público. No podían ya nadar en las
albercas públicas o practicar el tenis o el hockey. Se les prohibieron todos
los deportes. Los judíos tenían prohibido visitar a sus amigos cristianos. Los
niños judíos deben acudir exclusivamente a escuelas judías. Así se amontonan
las prohibiciones arbitrarias. Toda nuestra vida estaba sometida a este tipo de
presiones. Jopie suele decirme: «Ya no me atrevo a hacer casi nada, pues
siempre pienso que puede estar prohibido». Abuela murió en enero de este año.
Nadie sabe cuánto la quería y cuánto la echo de menos. En 1934 ingresé al
jardín infantil del Colegio Montessori y después seguí allí. El año pasado tuve
a la directora, la Sra. K, como jefa de mi clase. Al concluir el año nos
despedimos emocionadas y lloramos largo rato abrazadas. Margot y yo debimos
proseguir nuestros estudios en el Liceo Judío a partir de 1941.
Nosotros cuatro estamos bien
ahora, y así llegó el momento actual y prosigo mi diario.
Sábado 20 de junio de 1942
Querida Kitty:
Comienzo de inmediato. Hay tanta
paz ahora. Papá y mamá han salido y Margot está donde una amiga jugando al pin
pon. Últimamente también yo me he aficionado bastante a ese juego. Dado que
nosotros, los jugadores de pin pon, somos tremendamente dados a tomar helados,
nuestras partidas suelen terminar con una excursión a las heladerías todavía
permitidas para los judíos: la «Delfi» y el «Oasis». Nunca nos preocupamos
demasiado por si llevamos suficiente dinero en el monedero, puesto que entre
los clientes de las heladerías suelen haber amables caballeros de nuestro
círculo de conocidos o algún admirador perdido, los que siempre nos ofrecen más
helado del que realmente podemos tomar.
Supongo que debe sorprenderte
oírme hablar, a mi edad, de admiradores. Desafortunadamente es un mal
inevitable en nuestra escuela. Cuando un compañero me propone acompañarme a
casa en bicicleta y se entabla una conversación, nueve de cada diez veces, se
trata de un muchacho enamoradizo y ya no deja de mirarme. Al cabo de un tiempo
el arrebato comienza a disminuir, especialmente porque yo no presto demasiada atención
a sus miradas ardientes y sigo pedaleando a toda velocidad. Cuando el joven no
cesa en sus intenciones, yo me balanceo un poco sobre mi bicicleta, se cae mi
cartera y el muchacho se ve obligado a bajarse para recogerla, tras lo cual me
las ingenio para cambiar enseguida de conversación.
Esto es lo que sucede con los más
cándidos. Hay otros, por supuesto, que me tiran besos o tratan de apoderarse de
mi brazo, pero ésos equivocan el camino. Bajo diciendo que puedo pasarme sin su
compañía, o bien me considero ofendida, y les digo claramente que se vayan a su
casa.
Bueno, la base de nuestra amistad
ha quedado establecida. ¡Hasta mañana, Kitty!
ANA
Domingo 21 de junio de 1942
Querida Kitty:
Toda nuestra clase tiembla, pues
pronto se reunirá el consejo de profesores. La mayoría de los alumnos se pasan
el tiempo haciendo apuestas sobre los que pasarán de curso. Nuestros dos
vecinos de banco, Wim y Jacques, que han apostado el uno al otro su capital de
vacaciones, nos divierten mucho a Miep de Jong y a mí. De la mañana a la noche
se les oye decir: «Tú pasarás». «No». «Sí». Ni las miradas de Miep, implorando
silencio, ni mis accesos de ira correctora pueden calmarlos.
Personalmente pienso que la mitad
de nuestra clase debería repetir, visto el número de holgazanes que en ella
hay, pero los profesores son la gente más caprichosa del mundo; pero quizá por
esta vez actúen en el sentido adecuado.
En cuanto a mí, no tengo mucho
miedo; creo que saldré del paso. Me entiendo bastante bien con todos mis
profesores, que son nueve en total, siete hombres y dos mujeres. El viejo señor
Kepler, el profesor de matemática, anduvo muy enfadado conmigo durante un
tiempo porque yo charlaba demasiado. Finalmente me impuso un castigo: escribir
una composición sobre el tema: Una charlatana. ¡Una charlatana! ¿Qué podía
escribirse sobre eso? Ya veríamos luego; después de haberlo anotado en mi
cuaderno, traté de quedarme callada.
Por la tarde, en casa, terminados
todos mis deberes, mi mirada tropezó con la anotación de la composición. Me
puse a reflexionar mordiendo la punta de mi estilográfica. Evidentemente, yo
podía, con letra grande, separando las palabras todo lo posible, garabatear
algunos disparates y llenar las tres páginas fijadas, pero la dificultad
residía en demostrar de manera irrefutable la necesidad de hablar. Seguí
pensando y, de repente, encontré la solución que me dejó satisfecha. Argumenté
que la charla excesiva es un defecto femenino, que yo me esforzaría por
corregir un poco, aunque sin librarme de él totalmente, pues mi propia madre
habla tanto como yo, si no más; en consecuencia poco puede hacerse por
remediarlo, ya que se trata de un defecto heredado.
Mi argumento hizo reír mucho al
señor Kleper; pero, cuando en la clase siguiente yo reincidí en mi parloteo, me
impuso una segunda composición. Tema: Una charlatana incorregible. Volví a
salir del paso, después de lo cual el señor Kepler no se quejó durante dos
lecciones. A la tercera realmente exageré.
— Ana, otro castigo por charlar.
Tema: Cua, cua, cua, dice la señora Patagua.
Carcajada general. Yo me eché a
reír con mis compañeros, aunque sabía que mi imaginación estaba agotada sobre
el tema. Necesitaba encontrar algo nuevo, algo original. La casualidad vino en
mi ayuda. Mi amiga Sanne, buena poeta, se ofreció a redactar la composición en
verso, de principio a fin. Me alegré. ¿Klepler quería burlarse de mí? Me
vengaría, burlándome yo de él dos o tres veces mejor.
Los versos resultaron magníficos.
Se trataba de una mamá pata y de un papá cisne, con sus tres patitos; éstos,
por charlar demasiado, fueron mordidos a muerte por su padre. Afortunadamente,
la broma agradó a Kepler. Leyó el poema ante nuestra clase y en varias otras,
acompañando la lectura con comentarios.
Desde entonces, no he vuelto a
ser castigada, Kepler sólo bromea sobre el tema.
Tuya, ANA
Miércoles 24 de junio de 1942
Querida Kitty:
¡Qué calor! Todos nos sentimos
sofocados; y con esta temperatura debo ir caminando a todas partes. Recién
ahora empiezo a comprender qué cosa tan maravillosa es un tranvía; pero a
nosotros, los judíos, ese placer ya no nos está permitido. Tenemos que valernos
de nuestras piernas como único medio de locomoción. Ayer, a la hora del
almuerzo, tuve que ir al dentista, que vive en Jan Luykenstraat, bastante lejos
de la escuela. Al regreso, casi me dormí en clase. Por fortuna, la asistente
del dentista, que es de veras comprensiva con nosotros, me dio de beber.
Sólo se nos permite utilizar la
balsa para atravesar el canal, y eso es prácticamente todo. En el Muelle Joseph
Israëls hay una barquita que hace el servicio. El barquero accedió de inmediato
cuando le preguntamos. ¡No es por culpa de los holandeses que los judíos
soportan tantas penurias!
Durante los feriados de Semana
Santa me robaron la bicicleta, y papá entregó la de mamá a una familia amiga
para que se la cuidara ¡Cuánto desearía no ir a la escuela! Afortunadamente,
las vacaciones se acercan; una semana más de sufrimiento, y todo habrá
terminado.
Ayer en la mañana tuve una
sorpresa bastante agradable. Al pasar por delante de un depósito de bicicletas,
oí que alguien me llamaba. Dándome vuelta, vi a un muchacho encantador, a quien
había conocido la víspera, en casa de mi amiga Eva. Se me aproximó, un poco
tímido, y se presentó: Harry Goldman. Quedé ligeramente sorprendida, incapaz de
comprender bien qué quería. Era muy sencillo: Harry deseaba acompañarme a la
escuela.
— Como vas en la misma
dirección... está bien — dije yo, de modo que caminamos juntos.
Harry tiene ya dieciséis años, y
conoce muchos cuentos divertidos. Esta mañana estaba nuevamente allí, y supongo
que lo mismo ocurrirá en los próximos días.
Tuya, ANA
Martes 30 de junio de 1942
Querida Kitty:
En realidad no he tenido tiempo
de escribir hasta hoy. Pasé la tarde del jueves en casa de unos amigos. El
viernes, tuvimos visitas, y así sucesivamente hasta hoy. Durante la semana,
Harry y yo hemos empezado a conocernos mejor. Ya me ha contado una buena parte
de su vida: llegó a Holanda solo, y vive en casa de sus abuelos. Sus padres se
quedaron en Bélgica. Harry tenía novia: Fanny. La conozco: es un modelo de
dulzura y de aburrimiento. Desde que se encontró conmigo, Harry se ha dado
cuenta de que Fanny le da sueño. Yo le sirvo, pues, de despertador o de
estimulante, como tú quieras. Nunca se sabe en qué puede uno ser útil en la
vida.
El sábado en la noche, Jopie se
quedó a dormir en casa, pero el domingo, después de mediodía, se fue a reunir
con Lies, y yo me aburrí lo indecible. Harry tenía que venir a verme al
anochecer, pero me telefoneó alrededor de las seis. Atendí el teléfono, para
oírle decir:
— Habla Harry Goldman. Por favor,
¿puedo hablar con Ana?
— Si, Harry, soy yo.
— Buenas tardes, Ana. ¿Cómo
estás?
— Bien, gracias.
— Siento no poder ir luego, pero
tengo algo que decirte. ¿Te molestaría que pasara por ahí dentro de diez
minutos?
— Está bien... Hasta luego.
— Hasta luego. Estaré en tu casa
en unos minutos.
Me cambié de vestido y me arreglé
un poco el pelo. Enseguida, me asomé a la ventana, nerviosa. Por fin lo divisé.
Tuve que dominarme para no correr escaleras abajo. Esperé hasta que sonó el
timbre. Bajé a abrir la puerta, y él fue derecho al grano:
— Escucha, Ana. Mi abuela te
encuentra demasiado joven para mí, y dice que debo salir con la Lours. ¡Pero tú
sabes que ya no me gusta Fanny!
— No, no sabía. ¿Pelearon?
— No, al contrario. Yo le había
dicho a Fanny que, puesto que no nos entendíamos muy bien, era inútil verse a
cada momento; que ella podía seguir yendo a nuestra casa cuando quisiera y que
yo confiaba poder ir a la suya como amigos. Yo tenía la impresión de que ella
frecuentaba a otros muchachos, por eso, hablé del asunto con displicencia.
Ahora bien, eso no era verdad. Mi tío me dijo que debo disculparme con Fanny,
pero naturalmente que yo no lo creo necesario, y por eso he roto. Desde luego,
ésa no es más que una entre varias razones. Mi abuela insiste en que yo salga
con Fanny y no contigo, pero no pienso hacerlo. Los viejos son a veces tan
anticuados, que no tienen arreglo. Necesito a mis abuelos, pero, en cierto
sentido, ellos también me necesitan a mí... Tengo libre la tarde del miércoles,
porque mis abuelos me creen en clases de artesanía. En realidad, voy a
reuniones del movimiento sionista. Mis abuelos no me lo permitirían, porque
están en contra del sionismo. No soy partidario fanático, yo tampoco, pero el
movimiento significa algo, y de cualquier modo me interesa. Sin embargo, en los
últimos tiempos no me han gustado esas reuniones, y tengo la intención de
dejarlas. Iré allí por última vez el miércoles próximo. En ese caso, yo podría
verte siempre el miércoles en la tarde, el sábado a la tarde y a la noche, el
domingo a la tarde, y quizá con más frecuencia todavía.
— Pero si tus abuelos se oponen,
no podrás hacerlo a espaldas de ellos.
— El amor siempre encuentra un
camino.
En ese momento, al pasar por
delante de la librería de la esquina, vi a Peter Wessel que hablaba con dos
amigos. Fue la primera vez, en mucho tiempo, que me saludó. Eso me causó una
inmensa alegría.
Harry y yo seguimos caminando y,
por último, nos pusimos de acuerdo para una cita: yo debía encontrarme ante su
puerta, el día siguiente, cinco para las siete de la tarde.
Viernes 3 de julio de 1942
Querida Kitty:
Ayer, Harry vino a casa para
conocer a mis padres. Yo había comprado una torta, bizcochos y pasteles para el
té. Había un poco de todo. Pero ni Harry ni yo teníamos deseos de quedarnos
quietos en una silla, sentados el uno al lado del otro, y nos fuimos a pasear.
Eran ya las ocho y diez cuando él me trajo a casa. Papá estaba muy enojado.
Dijo que no debía regresar tan tarde, pues es peligroso para los judíos
encontrarse fuera después de las ocho. Tuve que prometerle que, en lo sucesivo,
regresaría diez para las ocho.
Mañana, estoy invitada a casa de
él. Mi amiga Jopie siempre me hace bromas sobre Harry. En verdad, yo no estoy
enamorada. Pero tengo el derecho de tener un amigo. Nadie encuentra nada de
extraordinario en que yo tenga un compañero, o, según la expresión de mamá, un
cortejante.
Eva me ha contado que una noche,
estando Harry en casa de ellos, ella le preguntó:
— ¿A quién prefieres, a Fanny o a
Ana?
— Eso no te importa — le contestó
él.
Durante todo el resto de la
velada, no tuvieron ya ocasión de hablar juntos, pero, al irse, él le dijo:
— Si quieres saberlo, prefiero a
Ana. Pero no se lo digas a nadie.
Y se fue.
Me doy cuenta de que Harry se ha
enamorado de mí. Yo lo encuentro divertido, y que cambia mi vida. Margot diría
de él: «Harry es un buen muchacho». Opino lo mismo, y hasta algo más. Mamá no
termina de alabarlo: buen mozo, bien educado, muy amable... Me encanta que todo
el mundo, en casa, lo halle de su gusto. Él también ha simpatizado con mi
familia, pero encuentra a mis amigas demasiado niñas, y tiene razón.
De repente todo cambió.
Empezó la segunda guerra mundial y Holanda se vio invadida por los alemanes. Un día mientras caminaban por la plaza su papá le habló de un escondite al cual debía ser necesario que trasladaran todas sus cosas y sobre todo trasladarse ellos para no caer en manos de los alemanes.
De repente todo cambió.
Empezó la segunda guerra mundial y Holanda se vio invadida por los alemanes. Un día mientras caminaban por la plaza su papá le habló de un escondite al cual debía ser necesario que trasladaran todas sus cosas y sobre todo trasladarse ellos para no caer en manos de los alemanes.
Desde ese momento Ana se sintió
muy angustiada esperando a que no llegara ese día. Su papá recibió una carta de
la SS para que se presentara; pero no era para que se presentara su papa sino
Margot su hija, por lo que tuvieron que partir.
El jueves 9 de julio de 1942 Los
Frank abandonaron su hogar para trasladarse a su refugio con lo necesario. El anexo era una de las oficinas de
la empresa de su padre, no muy confortable pero se convertiría en su nuevo hogar. Días después
llegaron los Van Daan una familia conformada por tres miembros. El primero en
llegar fue el hijo: Peter al cual Ana consideraba un fastidioso. Al principio
le cuesta mucho la convivencia, lo pasa muy mal, ya que todos la toman como una
¨niña inmadura y parlanchina especialmente la señora Van Daan que aprovechaba
cada oportunidad para hablarle de cómo se debía comportar; pero su papá siempre
salía a su defensa.
Ella cuenta como solamente
confiaba en su padre, le contaba todos sus problemas. Para ella su padre era un
buen ejemplo de hombre, en cambio su madre le parecía el peor ejemplo de mujer
y de madre, porque creía que ella no aguantaría vivir su vida como su madre,
que solo se ocupaba de las cuestiones de la casa.
El octavo miembro en unirse a la
casa de atrás fue el señor Albert Dussel un dentista con el que Ana compartiría
su alcoba situación que no le agradaba del todo. Ella va contando su
experiencia día a día. La mayoría de las jornadas le resulta excesivamente
fastidiosa, en aquel escondite no encuentra nada que hacer, pero algunos otros
días, según relata, se pasaba llorando en su habitación ya que el encierro hacia
decaer su estado de ánimo. Los ocho judíos allí ocultos, simplemente coexistían
en el mismo espacio y procuraban hacer una vida lo más normal posible. Después
de un año en la Casa de atrás, Ana se hizo ciertamente amiga de Peter el hijo
de la familia Van Daan.
Detalla en su diario un cierto
enamoramiento entre los dos jóvenes, cuenta como la mayoría de las noches se
las pasaban en la habitación de él, mirando por la ventana las estrellas y la
luna.
"Peter van Daan" (Peter
van Pels)
Esos fueron los momentos más felices que Ana describió durante su estadía
en el escondite. El diario de Ana Frank termina el 1 de agosto de 1944, porque
el 4 de agosto de 1944 los agentes de la Gestapo detuvieron a todos los
ocupantes y los llevaron a diferentes campos de concentración. Después de
permanecer durante un tiempo en los campos de concentración de Westerbork y
Auschwitz, Ana y su hermana mayor, Margot, fueron deportadas a Bergen-Belsen,
donde ambas murieron durante una epidemia de tifus a causa de las malas
condiciones de higiene en que se encontraban, entre finales de febrero y
mediados de marzo de 1945. De todos los habitantes del anexo, solo el padre de
Ana volvió.
0 Tú opinión importa...:
Publicar un comentario