Las rosas son símbolos antiguos del amor y de la belleza.
La rosa era sagrada para un número
considerable de diosas, y se utiliza a menudo como símbolo de la Virgen María.
En la "ILIADA", Afrodita embalsama con aceite de rosas el cuerpo
muerto de Héctor.
En Sybaris (poblado por los sibaritas, que gustaban de
pasarla bien) los habitantes pudientes llenaban sus colchones con pétalos de
rosas, de allí la expresión actual de ser criado en un "lecho de
rosas".
En la antigüedad, la
cultura de las rosas constituía una tradición y la base de la jardinería en
China.
Confucio nos describe las rosaledas del palacio imperial de Pekín, que
en la época de la floración desde el mes de mayo a junio expedían en el aire su
intenso perfume, de forma que el paseante aspiraba su perfume y quedaba tan
embriagado que perdía la noción del tiempo e incluso la voluntad, deseando
quedarse allí para siempre.
En la India,
la rosa estaba elevada a la categoría de mito. De hecho, en las escrituras
sagradas hindúes se describe como Lakshimidicha, la diosa del amor y la
belleza, debe su nacimiento a esta flor.
En las antiguas civilizaciones de
Mesopotamía, el descubrimiento de frescos ha revelado que esta civilización ya
cultivaba rosas junto con otras especies de flores, que embellecían los
jardines colgantes de Babilonía.
El
antiguo Egipto se libra de este hechizo que ejerce la rosa sobre el hombre,
pues se cuenta que Cleopatra dormía entre almohadones rellenos de pétalos de
rosa.
La poetisa griega Safo nombró en
uno de sus poemas a la rosa como la reina de las flores, y en la mitología
griega la rosa está consagrada a la diosa griega del amor y la belleza.
En los
banquetes, los romanos más sibaritas hacían servir a la mitad del banquete unos
buñuelos rellenos de pétalos de rosa.
En
la Edad Media en Inglaterra se conocían algunas rosas antiguas por los
comerciantes, los cruzados (que las traían de la lejanas tierras de oriente) y
por los monjes.
Eduardo y su esposa Leonor de Castilla eran grandes apasionados
de su cultivo, por lo que se rodearon de expertos jardineros.
En la Francia del
siglo XIX, Josefina Beauharnais (esposa de Napoleón Bonaparte), amaba tanto las
rosas que transformó el jardín de la Malmaison en una espléndida rosaleda,
convirtiéndola en un punto de encuentro de expertos botánicos y hábiles
jardineros cuyos resultados contribuyeron al conocimiento ornamental y botánico
de estas flores.
Por desgracia, el
jardín de la Malmaison despareció hace tiempo, pero se mantiene viva su memoria
en una maravillosa rosa llamada Souvenir de la Malmaison.
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