La artista cubana Carmen Herrera,
que ha pintado todos los
días sin importarle estaciones ni modas, ni el hecho de que ningún galerista se
interesara por su abstracción geométrica, coge el pájaro de la fama con alegría
y distancia.
A estas alturas sería difícil que chochee por la adulación, que
las críticas alborozadas la trastornen, pero resulta innegable que encuentra
estupendo el hecho de que la Tate y el MoMA compren sus cuadros.
Vivo todo esto con mucho gusto y sólo siento
que mi marido no haya podido verlo".
Sus pinturas son abstracciones geométricas simples
acentuadas con uno o dos resaltantes colores primarios.
"Ella es una destiladora", dijo su amigo y vecino,
el pintor puertorriqueño Tony Bechara, al describir sus radiantes obras.
"Es una abstraccionista que tiende al minimalismo. ... Puede comenzar con
una pintura que tiene tres formas y después de una semana reducirlas a una. ...
Hay cierta cualidad asociada con la simplicidad espiritual de su trabajo y de
su vida".
Así como su obra es minimalista, Herrera es una mujer de
pocas palabras. Precisas y al grano.
Nacida en La Habana en 1915, su padre fue el editor fundador
del diario El Mundo y su madre una periodista.
De niña tomó clases de arte,
asistió a una escuela de élite en París, estudió arquitectura y se entrenó en
la Liga de Estudiantes de Arte en Nueva York. En 1939 se casó con Jesse
Loewenthal, un profesor de inglés de la escuela secundaria Stuyvesant en
Manhattan.
Desarrolló su estilo artístico durante los años de posguerra
en París, donde la pareja vivió de 1948 a 1953. En París y Nueva York
socializaron con artistas que incluyeron a Jean Genet, Barnett Newman, Wifredo
Lam y Willem de Kooning. Herrera se unió a la influyente galería parisina Salón
de Nuevas Realidades, donde exhibió junto a exponentes del arte abstracto como
Max Bill y Piet Mondrian.
Pero aunque sus obras se presentaban aquí y allá, incluyendo
en el Museo Alternativo en 1984 y El Museo del Barrio en Nueva York en 1998,
nunca vendió nada.
Bechara dijo que Herrera y otros artistas que vivían en el
vecindario en los años 60 y 70 "sabían que ella tenía algo importante y
todos nos preguntábamos cómo no estaba siendo reconocida".
Su gran oportunidad llegó cuando fue incluida en un show en
el 2004 en la galería Latin Collector en Manhattan, gracias a Bechara.
El dueño de la galería, Frederico Seve, se quejó con Bechara
durante una cena de que uno de tres pintores geométricos latinoamericanos se
había retirado de una próxima exhibición. Bechara le presentó a Herrera. Seve
quedó cautivado, la incluyó en la muestra y llamó a varios coleccionistas.
"El New York Times y otras publicaciones hicieron
reseñas maravillosas y esta vez vendió", dijo Bechara. Y sus palabras
vienen a ser lo mismo que escribir que nos hallamos ante "la sensación más
caliente del mundo del arte", según la calificó 'The New York Times'.
Ella Fontanals-Cisneros, una coleccionista con una fundación
de arte en Miami que lleva su nombre, compró cinco pinturas. La coleccionista y
filántropa Estrellita Brodsky adquirió igual número de cuadros y la presidenta
emérita del MoMA Agnes Gund compró varios y le donó uno al museo.
La Galería Lisson, que representa a Herrera, se interesó en
su trabajo luego que su propietario lo vio en una exhibición en Londres.
"Estaba terminando las obras y poniéndolas en una caja
cuando él vino y dijo, '¿puedes sacarlas de la caja?''', relató Bechara.
"Casi le digo que no. Él se interesó. Es una de las galerías más
importantes del mundo y entonces se corrió la voz".
¿Estaba Herrera decepcionada de que el reconocimiento la
eludiera tanto tiempo?
"En verdad no", dijo la artista. De algún modo fue
liberador, explicó, pues le dio la libertad de hacer lo que le nacía sin las
presiones del mercado.
Pero cuando se le preguntó por qué cree que tomó tanto
tiempo, dijo que fueron los "prejuicios contra las mujeres" artistas
en una época en la que el expresionismo abstracto de la posguerra, dominado por
los hombres, era lo que estaba en boga, no su estilo de composiciones
geométricas.
Recordó lo que le dijo el dueño de una galería de Manhattan:
"Carmen, puedes pintar alrededor de los pintores que tengo aquí pero no te
doy una exposición porque eres mujer".
La fama no ha cambiado su estilo de vida. Continúa pintando
a diario; "todavía tengo mucho que decir", asegura.
La celebración de su cumpleaños fue un evento sencillo en un
restaurante local al que asistieron 30 invitados, cada uno de los cuales
recibió una pequeña pintura firmada por Herrera, impresa en el reverso del
menú. El pastel de cumpleaños se basó en un diseño que recientemente terminó.
Cuando se le preguntó cómo le gustaría que la recuerden,
Herrera respondió: "No quiero ser recordada". Pero cuando la pregunta
fue reformulada a "¿cómo quiere que su arte sea recordado?", no
titubeó y dijo:
"MARAVILLOSO!"
Cuando la Galería Ikon en Birmingham, Inglaterra, presentó
una exhibición en solitario de Herrera en el 2009, el diario The Observer de
Londres la elogió como "el descubrimiento de la década" y preguntó
"¿cómo no habíamos visto estas brillantes composiciones antes?". Una
retrospectiva en el museo alemán Pfalzgalerie vino después.
Herrera varía la orientación de sus dos planes de zigzag a
lo largo de su eje horizontal, utilizando diferentes combinaciones para crear
una serie de pinturas únicas titulado "Pasado" , "Futuro" y
"Presente" (2010).
Hoy sus cuadros forman parte de las colecciones permanentes
de grandes museos que incluyen el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el Tate
Modern de Londres.
"No dejo que nada me presione", dice Herrera, quien
cumplió 100 años en el mes de Junio de 2015.
"Blanco y verde", una pintura blanca de 1959
dominada por un triángulo invertido verde, es parte de la exhibición inaugural
del nuevo Museo Whitney de Arte Americano en Nueva York, que planea dedicarle
toda una muestra en el 2016.
La pintura de Carmen Herrera, resulta de una musicalidad excepcional, porque
ha sido concebida con inteligencia, con el brío que sólo la poesía obsequia,
para la acústica de los sentidos.
Fuente:
Associated Press/ americateve.com
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