Álvaro Múnera, "El Pilarico", de matador de toros a
protector de los animales.
Es
colombiano, a los 12 años, cuando estaba en segundo de bachillerato, decidió
ser torero e inició su carrera como becerrista.
Tenía 18 años y en España lo
llamaban El Pilarico.
Completó 22 corridas y estaba cerca de su consagración
como torero.
El accidente fue el 22 de setiembre de 1984, cuando un toro
(paradójicamente llamado Terciopelo) lo enganchó por la pierna izquierda y lo
lanzó por los aires, lo que le provocó fractura de la quinta vértebra cervical
con lesión medular completa acompañada de trauma craneoencefálico y un
diagnóstico contundente: No podía volver a caminar, quedó parapléjico.
El
tiempo transcurrió, y hoy, a partir de ciertos factores que determinaron su
transición, Álvaro Múnera se ha convertido en un defensor activo para acabar
con la tortura a los animales, a través de la Organización Fuerza Anticrueldad.
Unida por la Naturaleza de los Animales (Fauna), que contiene a varias
asociaciones contra el maltrato animal y apuesta por la vida; la no crueldad y
el no sufrimiento de ninguna especie.
“El equivocado era yo... y reconocer mi
error fue el mayor acto de valor que he tenido como ser humano”, dice el
también concejal de la ciudad de Medellín, Colombia.
Fue designio de Dios dice Múnera,
hubieron momentos críticos en mi carrera taurina donde vi tanta crueldad que
estaba por dejarlo: “Cuando maté una vaquilla en estado de gestación, me tocó
ver como sacaban el feto de su vientre; cuando pegué cuatro o cinco espadazos a
un toro que sufrió una agonía terrible.
Los anteriores fueron dos llamados que
no atendí.... vino el tercero, y entonces me tocó aprender con dolor lo que
pude haber entendido por la razón. Ya Dios dijo ‘si es que no quiere comprender
por la razón va a hacerlo ahora por otro método’ y ahí si aprendí muy bien la
lección”.
Dios le había dado dos
oportunidades y que no las había tomado en cuenta, “y como la tercera es la
vencida, tomó la decisión de que yo aprendiera por el dolor. Pudo más la
seducción de quienes me halagaban y prometían esta vida y la otra en los
toros”.
Agradezco estar con vida porque la embestida fue brutal. Hubo dos
toreros a quienes les pasó lo mismo, Julio Robles y Limeño II, “que todo indica
no pudieron con la carga y se suicidaron”.
Luego de cuatro meses en el Hospital
de parapléjicos de Toledo, Múnera fue trasladado al Jackson Memorial Hospital
de Miami, en donde vivió cuatro años alternando su rehabilitación con estudios
de teosofía.
Durante esos años, en ocasiones fue considerado un delincuente por
el maltrato a los toros, pues en países como Estados Unidos, no es bien visto
disfrutar del dolor de un animal.
A partir de este momento se convirtió en
defensor de animales.
En 1997, Múnera llegó al Concejo de Medellín por un
movimiento cívico liderado por gente con discapacidad, luego trabajó a favor de
los animales y dice que a través de él “tendrán voz y voto”.
En entrevista para
KIOSCO, comenta que comenzó a asistir a los toros a la edad de cuatro años,
junto con su padre, un apasionado de la fiesta brava.
En su casa el tema era
recurrente, era lo que se respiraba, “allá no se hablaba de fútbol y de esas
cosas, solamente de toros”.
Después del accidente, su padre continuó asistiendo
a las corridas por un tiempo hasta que leyó un artículo de prensa escrito por
Múnera, titulado “He visto toros llorar” y dejó de ser taurino en solidaridad
con su hijo.
“No creo que en aquella época de equivocadas decisiones, cuando
hice parte del mundo taurino, estuviese mentalmente enfermo, pero de lo que
estoy absolutamente convencido es que sí era el lógico engendro de una ignorancia
tenebrosa”, dice Múnera en dicho artículo.
La realidad de la mal llamada
“fiesta” es clavar, clavar y enterrar hasta matar, cuanto elemento corto
punzante se tenga a la mano en el cuerpo del inocente animal, tan sensible al
miedo y al dolor como usted, como su perro o como yo.
Una cosa es mirar los
toros desde la barrera, si hasta allí no llegan los puyazos, la tortura y la
muerte, “es mejor beber manzanilla y gritar ¡Olé!, que vomitar sangre a
bocanadas con una espada incrustada en los pulmones, no es necesario tener
mínimas nociones de anatomía para entender que todo ser viviente con un sistema
nervioso central sufre cuando le hieren, basta aplicar la máxima cristiana ‘no
hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti’”.
Álvaro es un hombre
casado, tiene una hija adoptada y no acepta el término “discapacitado”, ya que,
dice, se dedica a construir y a luchar por la vida. “Discapacitados son los que
andan por el mundo pensando que se puede matar y maltratar y además se
divierten con ello”. Se describe como un espíritu en tránsito que pretende
salir mejor de este mundo que como entró; un hombre que lucha por reparar sus
crímenes y que, asegura “Trabajar por el
derecho que tiene todo ser vivo a no ser torturado es un deber que tengo con
Dios y con la vida”.
Su silla de ruedas es para él un instrumento para
evolucionar, para mitigar el dolor ajeno en contraste con aquellos que se
dedican a atesorar bienes materiales a costa del sufrimiento de otros.
“Más que
un castigo, la silla de ruedas ha sido una bendición en mi vida, porque yo
nunca había estado en contacto con el dolor humano, la embestida no fue el
punto de llegada, sino de partida.
Ese toro me puso en el camino, pero fue el
proceso personal en soledad lo que me hizo reflexionar”.
Organización Promotora de Actividades Educativas,Desarrollo y Bienestar Social sin fines de Lucro en beneficio del más necesitados niños,joven y adulto mayor.
0 Tú opinión importa...:
Publicar un comentario