En las montañas de
Polonia. Hipogrifo violento que corriste parejas con el viento, ¿dónde, rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez
sin escama, y bruto sin instinto natural, al confuso laberinto de esas
desnudas peñas te desbocas, te arrastras y despeñas? Quédate en este monte,
donde tengan los brutos su Faetonte; que yo, sin más camino que el que me dan
las leyes del destino, ciega y
desesperada bajaré la cabeza
enmarañada de este monte eminente, que
arruga al sol el ceño de su frente.
Mal,
Polonia, recibes a un extranjero, pues con sangre escribes su entrada en tus
arenas, y apenas llega, cuando llega a
penas; bien mi suerte lo dice; más
¿dónde halló piedad un infelice? Di dos,
y no me dejes en la posada a mí cuando te quejes; que si dos hemos sido los que de nuestra patria hemos salido a
probar aventuras, dos los que entre desdichas y locuras aquí habemos
llegado, y dos los que del monte hemos
rodado, ¿no es razón que yo sienta
meterme en el pesar, y no en la cuenta? No quise darte parte en mis quejas, Clarín, por no quitarte, llorando tu desvelo, el derecho que tienes al consuelo.
Que tanto gusto había en quejarse, un filósofo decía, que, a
trueco de quejarse, habían las desdichas de buscarse.
El filósofo era un borracho barbón; ¡oh, quién le diera más
de mil bofetadas! Quejárase después de muy bien dadas. Mas ¿qué haremos,
señora, a pie, solos, perdidos y a esta hora en un desierto monte, cuando se
parte el sol a otro horizonte? ¿Quién ha visto sucesos tan extraños! Mas si la
vista no padece engaños que hace la fantasía,
a la medrosa luz que aun tiene el día,
me parece que veo un edificio. O miente mi deseo, o termino las señas.
Rústico nace entre desnudas peñas un palacio tan breve que
el sol apenas a mirar se atreve; con tan rudo artificio la arquitectura está de
su edificio, que parece, a las plantas de tantas rocas y de peñas tantas que al
sol tocan la lumbre, peñasco que ha rodado de la cumbre.
Vámonos acercando; que éste es mucho mirar, señora, cuando es mejor que la gente que habita en ella,
generosamente nos admita.
La puerta, mejor diré funesta boca—abierta está, y desde su
centro nace la noche, pues la engendra dentro. Suena ruido de cadenas. ¿Qué es
lo que escucho, cielo!
Inmóvil bulto soy de fuego y hielo. ¿Cadenita hay que suena?
Mátenme, si no es galeote en pena. Bien mi temor lo dice.
¡Ay, mísero de mí, y ay infelice! ¡Qué triste vos escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho. Yo con nuevos temores. Clarín...
¿Señora...? Huyamos los rigores de esta
encantada torre. Yo aún no tengo ánimo de huír, cuando a eso vengo.
¿No es breve luz aquella caduca exhalación, pálida estrella,
que en trémulos desmayos pulsando ardores y latiendo rayos, hace más
tenebrosa la obscura habitación con luz
dudosa?
Sí, pues a sus reflejos puedo determinar, aunque de lejos,
una prisión obscura; que es de un vivo cadáver sepultura; y porque más me
asombre, en el traje de fiera yace un hombre
de prisiones cargado y sólo de la luz acompañado. Pues huír no podemos,
desde aquí sus desdichas escuchemos.
Sepamos lo que dice. Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de
pieles ¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me
tratáis así, qué delito cometí contra
vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante
causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es
haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos dejando a una parte,
cielos, el delito del nacer--, ¿qué más os pude ofender, para castigarme más?
¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que dejan en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas --gracias al docto pincel--, cuando, atrevido y crüel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huída; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegios tan suave excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? Temor y piedad en mí sus razones han causado.
Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que dejan en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas --gracias al docto pincel--, cuando, atrevido y crüel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huída; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegios tan suave excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? Temor y piedad en mí sus razones han causado.
No es sino un triste, ¡ay de mí!, que en estas bóvedas frías
oyó tus melancolías.
Pues la muerte te daré porque no sepas que sé que sabes
flaquezas mías. Sólo porque me has oído, entre mis membrudos brazos te tengo de
hacer pedazos. Yo soy sordo, y no he podido escucharte.
Si has nacido humano,
baste el postrarme a tus pies para librarme. Tu voz pudo enternecerme, tu presencia suspenderme, y tu respeto
turbarme. ¿Quién eres? Que aunque yo
aquí tan poco del mundo sé, que cuna y sepulcro fue esta torre para mí; y
aunque desde que nací --si esto es nacer-- sólo advierto eres rústico desierto
donde miserable vivo, siendo un esqueleto vivo, siendo un animado muerte. Y
aunque nunca vi ni hablé sino a un hombre solamente que aquí mis desdichas
siente, por quien las noticias sé del
cielo y tierra; y aunque aquí, por que más te asombres y monstruo humano me
nombres, este asombros y quimeras, soy un hombre de las fieras y una fiera de
los hombres. Y aunque en desdichas tan graves, la política he estudiado, de los
brutos enseñado, advertido de las aves, y de los astros suaves los círculos he
medido, tú sólo, tú has suspendido la pasión a mis enojos, la suspensión a mis
ojos, la admiración al oído.
Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te
miro más, aun más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser;
pues cuando es muerte el beber, beben más, y de esta suerte, viendo que el ver
me da muerte, estoy muriendo por ver. Pero véate yo y muera; que no sé, rendido
ya, si el verte muerte me da, el no verte ¿qué me diera? Fuera más que muerte
fiera, ira, rabia y dolor fuerte, fuera vida.
De esta suerte su rigor he ponderado, pues dar vida a una desdichado es
dar a un dichoso muerte.
Con asombro de mirarte, con admiración de oírte, ni sé qué
pueda decirte, ni qué pueda preguntarte; sólo diré que a esta parte hoy el
cielo me ha guïado para haberme consolado, si consuelo puede ser del que es
desdichado, ver a otro que es más desdichado. Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba, que sólo se
sustentaba de unas yerbas que comía. ¿Habrá otro --entre sí decía-- más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro
volvió, halló la respuesta, viendo que
iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Quejoso de la fortuna yo en
este mundo vivía, y cuando entre mí decía: ¿Habrá otra persona alguna de suerte
más importuna?, piadoso me has respondido; pues volviendo en mi sentido, hallo
que las penas mías, para hacerlas tú alegrías las hubieras recogido. Y por si
acaso mis penas pueden aliviarte en parte, óyelas atento, y toma las que de
ellas no sobraren.
Yo soy... Guardas de esta torre, que, dormidas o cobardes,
disteis paso a dos personas que han quebrantado la cárcel... Nueva confusión
padezco.
Éste es Clotaldo, mi alcalde. ¿Aun no acaban mis desdichas?
Acudid, y vigilantes, sin que puedan defenderse, o prendedles o matadles.
¡Traición!
Guardas de esta torre, que entrar aquí nos dejasteis, pues
que nos dais a escoger, el prendernos es más fácil. Sale CLOTALDO con pistola y
soldados, todos con los rostros cubiertos
Todos os cubrid los rostros; que es diligencia importante
mientras estamos aquí que no nos conozca nadie.
¿Enmascaraditos hay? ¡Oh vosotros que, ignorantes de aqueste
vedado sitio, coto y término pasasteis contra el decreto del rey, que manda que
no ose nadie examinar el prodigio que entre estos peñascos yace! Rendid las armas y vidas, o aquesta pistola,
áspid de metal, escupirá el veneno penetrante de dos balas, cuyo fuego será
escándalo del aire.
Primero, tirano dueño, que los ofendas y agravies, será mi
vida despojo de estos lazos miserables; pues en ellos, ¡vive Dios!, tengo de
despedazarme con las manos, con los dientes, entre aquestas peñas, antes que su
desdicha consienta y que llore sus ultrajes.
Si sabes que tus desdichas, Segismundo, son tan grandes, que
antes de nacer moriste por ley del cielo; si sabes que aquestas prisiones son
de tus furias arrogantes un freno que las detenga y una rienda que las pare,
¿por qué blasonas? La puerta cerrad de
esa estrecha cárcel; escondedle en ella.
Ciérranle la puerta, y dice dentro ¡Ah, cielos, qué bien
hacéis en quitarme la libertad; porque fuera contra vosotros gigante, que para
quebrar al sol esos vidrios y cristales, sobre cimientos de piedra pusiera
montes de jaspe! Quizá porque no los pongas, hoy padeces tantos males. Ya que
vi que la soberbia te ofendió tanto, ignorante fuera en no pedirte humilde vida
que a tus plantas yace. Muévate en mí la piedad; que será rigor notable, que no
hallen favor en ti ni soberbias ni humildades. Y si Humildad y Soberbia no te
obligan, personajes que han movido y removido mil autos sacramentales, yo, ni humilde
ni soberbio, sino entre las dos mitades entreverado, te pido que nos remedies y
ampares.
¡Hola! A los dos
quitad las armas, y atadles los ojos, porque no vean cómo ni de dónde salen.
Mi espada es ésta, que a ti solamente ha de entregarse,
porque, al fin, de todos eres el principal, y no sabe rendirse a menos valor.
La mía es tal, que puede darse al más ruín. Tomadla vos. Y si he de morir, dejarte
quiero, en fe de esta piedad, prenda que pudo estimarse por el dueño que algún
día se la ciñó; que la guardes te encargo, porque aunque yo no sé qué secreto
alcance, sé que esta dorada espada encierra misterios grandes, pues sólo fïado
en ella vengo a Polonia a vengarme de un agravio. (¡Santos cielos! ¿Qué es esto? Ya son más graves mis penas y confusiones,
mis ansias y mis pesares).
¿Quién te la dio? Una mujer. ¿Cómo se llama? Que calle su
nombre es fuerza. ¿De qué infieres
agora, o sabes, que hay secreto en esta espada?
Quien me la dio, dijo:
"Parte a Polonia, y solicita con ingenio, estudio o arte, que te
vean esa espada los nobles y principales; que yo sé que alguno de ellos te
favorezca y ampare;" que, por si acaso era muerto, no quiso entonces
nombrarle. (¡Válgame el cielo! ¿Qué
escucho? Aun no sé determinarme si tales sucesos son ilusiones o verdades.
Esta espada es la que yo dejé a la hermosa Violante, por
señas que el que ceñida la trujera había de hallarme amoroso como hijo y
piadoso como padre. ¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!, en confusión semejante,
si quien la trae por favor, para su muerte la trae, pues que sentenciado a
muerte llega a mis pies? ¡Qué notable
confusión! ¡Qué triste hado! ¡Qué suerte
tan inconstante! Éste es mi hijo, y las señas dicen bien con las señales del
corazón, que por verle llama al pecho y en él bate las alas, y no pudiendo
romper los candados, hace lo que aquel que está encerrado, y oyendo ruido en la
calle se arroja por la ventana, y él así, como no sabe lo que pasa, y oye el
ruido, va a los ojos a asomarse, que son ventanas del pecho por donde en
lágrimas sale. ¿Qué he de hacer?
¡Válgame el cielo! ¿Qué he de hacer?
Porque llevarle al rey, es llevarle, ¡ay triste!, a morir. Pues ocultarle al rey, no puedo, conforme a
la ley del homenaje.
De una parte el amor propio, y la lealtad de otra parte me
rinden. Pero ¿qué dudo? La lealtad del
rey, ¿no es antes que la vida y que el honor? Pues ella vida y él falte. Fuera
de que, si agora atiendo a que dijo que a vengarse viene de un agravio, hombre
que está agraviado es infame. No es mi hijo, no es mi hijo, ni tiene mi noble
sangre.
Pero si ya ha sucedido un peligro, de quien nadie se libró,
porque el honor es de materia tan frágil que con una acción se quiebra, o se
mancha con un aire, ¿qué más puede hacer, qué más el que es noble, de su parte,
que a costa de tantos riesgos haber venido a buscarle? Mi hijo es, mi sangre
tiene, pues tiene valor tan grande; y así, entre una y otra duda el medio más
importante es irme al rey y decirle que es mi hijo que le mate.
Quizá la misma piedad de mi honor podrá obligarle; y si le merezco
vivo, yo le ayudaré a vengarse de su agravio, mas si el rey, en sus rigores
constante, le da muerte, morirá sin saber que soy su padre).
Venid conmigo, extranjeros, no temáis, no, de que os falte
compañía en las desdichas; pues en duda semejante de vivir o de morir no sé
cuáles son más grandes.
Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados,
y por otra ESTRELLA con damas.
ASTOLFO: Bien al
ver los excelentes rayos, que fueron cometas, mezclan salvas diferentes las
cajas y las trompetas, los pájaros y las fuentes; siendo con música igual, y
con maravilla suma, a tu vista celestial unos, clarines de pluma, y otras, aves
de metal; y así os saludan, señora, como a su reina las balas, los pájaros como
a Aurora, las trompetas como a Palas y las flores como a Flora; porque sois,
burlando el día que ya la noche destierra, Aurora, en el alegría, Flora en paz,
Palas en guerra, y reina en el alma mía.
ESTRELLA: Si la
voz se ha de medir con las acciones humanas, mal habéis hecho en decir finezas
tan cortesanas, donde os pueda desmentir todo ese marcial trofeo con quien ya
atrevida lucho; pues no dicen, según creo, las lisonjas que os escucho, con los
rigores que veo. Y advertid que es baja acción, que sólo a una fiera toca,
madre de engaño y traición, el halagar con la boca y matar con la intención.
Muy mal informado estáis, Estrella, pues que la de mis finezas dudáis, y os suplico que me
oigáis la causa, a ver si la sé. Falleció Eustorgio Tercero, rey de Polonia;
quedó Basilio por heredero, y dos hijas, de quien yo y vos nacimos. No quiero cansar con lo que no tiene lugar
aquí, Clorilene, vuestra madre y mi señora, que en mejor imperio agora dosel de
luceros tiene, fue la mayor, de quien vos sois hija; fue la segunda, madre y
tía de los dos, la gallarda Recisunda, que guarde mil años Dios; casó en
Moscovia; de quien nací yo. Volver agora
al otro principio es bien. Basilio, que ya, señora, se rinde al común desdén
del tiempo, más inclinado a los estudios que dado a mujeres, enviudó sin hijos,
y vos y yo aspiramos a este estado. Vos alegáis que habéis sido hija de hermana
mayor; yo, que varón he nacido, y aunque de hermana menor, os debo ser
preferido. Vuestra intención y la mía a nuestro tío contamos; él respondió que
quería componernos, y aplazarnos este puesto y este día. Con esta intención salí de Moscovia y de su
tierra; con ésta llegué hasta aquí, en vez de haceros yo guerra a que me la
hagáis a mí.
¡Oh!, quiera Amor, sabio dios, que el vulgo, astrólogo
cierto, hoy lo sea con los dos,
y que pare este concierto en que seáis reina vos, pero reina
en mi albedrío. Dándoos, para más honor, su corona nuestro tío, sus triunfos
vuestro valor y su imperio el amor mío.
A tan cortés bizarría menos mi pecho no muestra, pues la
imperial monarquía, para sólo hacerla vuestra me holgara que fuese mía; aunque
no está satisfecho mi amor de que sois ingrato, si en cuanto decís sospecho que
os desmiente ese retrato que está pendiente del pecho.
Satisfaceros intento con él... Mas lugar no da tanto sonoro instrumento, que
avisa que sale ya el rey con su parlamento. Tocan y sale el rey BASILIO, viejo
y acompañamiento
Sabio Tales... Docto Euclides... que entre signos... que
entre estrellas... hoy gobiernas...
...hoy resides......y sus caminos......sus
huellas......describes......tasas y mides......deja que en humildes
lazos......deja que en tiernos abrazos...hiedra de ese tronco sea....rendido a
tus pies me vea.
Sobrinos, dadme los brazos, y creed, pues que leales a mi
precepto amoroso venís con afectos tales, que a nadie deje quejoso y los dos
quedéis iguales; y así, cuando me confieso rendido al prolijo peso, sólo os
pido en la ocasión silencio, que admiración ha de pedirla el suceso.
Ya sabéis --estadme atentos, amados sobrinos míos, corte
ilustre de Polonia, vasallo, deudos y amigos--, ya sabéis que yo en el mundo
por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto, pues, contra el tiempo y
olvido, los pinceles de Timantes, los mármoles de Lisipo, en el ámbito del
orbe, me aclaman el gran Basilio. Ya sabéis que son las ciencias que más curso
y más estimo, matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la
fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día; pues, cuando en
mis tablas miro presentes las novedades de los venideros siglos, le gano al
tiempo las gracias de contar lo que yo he dicho. Esos círculos de nieve, esos
doseles de vidrio que el sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros; esos
orbes de diamantes, esos globos cristalinos que las estrellas adornan y que
campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los libros donde en
papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe con líneas de oro, en
caracteres distintos, el cielo nuestros sucesos ya adversos o ya benignos.
Éstos leo tan veloz, que con mi espíritu sigo sus rápidos
movimientos por rumbos o por caminos. ¡Pluguiera al cielo, primero que mi
ingenio hubiera sido de sus márgenes comento y de sus hojas registro, hubiera
sido mi vida, el primero desperdicio de sus iras, y que en ellas mi tragedia
hubiera sido; porque de los infelices aun el mérito es cuchillo, que a quien le
daña el saber homicida es de sí mismo! Dígalo yo, aunque mejor lo dirán sucesos
míos, para cuya admiración otra vez silencio os pido. En Clorilene, mi esposa,
tuve un infelice hijo, en cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios.
Antes que a la luz hermosa le diese el sepulcro vivo de un
vientre --porque el nacer y el morir son parecidos--, su madre infinitas veces,
entre ideas y delirios del sueño, vio que rompía sus entrañas, atrevido, un
monstruo en forma de hombre, y entre su sangre teñido, le daba muerte, naciendo
víbora humana del siglo. Llegó de su parto el día, y los presagios cumplidos
--porque tarde o nunca son mentirosos los impíos--, nació en horóscopo tal, que
el sol, en su sangre tinto, entraba sañudamente con la luna en desafío; y
siendo valla la tierra, los dos faroles divinos a luz entera luchaban, ya que
no a brazo partido.
El mayor, el más horrendo eclipse que ha padecido el sol,
después que con sangre lloró la muerte de Cristo, éste fue, porque anegado el
orbe entre incendios vivos, presumió que padecía el último parasismo; los
cielos se escurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras las nubes,
corrieron sangre los ríos.
En este mísero, en este mortal planeta o signo, nació
Segismundo, dando de su condición indicios, pues dio la muerte a su madre, con
cuya fiereza dijo: "Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal
beneficios." Yo, acudiendo a mis estudios, en ellos y en todo miro que
Segismundo sería el hombre más atrevido, el príncipe más crüel y el monarca más
impío, por quien su reino vendría a ser parcial y diviso, escuela de las
traiciones y academia de los vicios; y él, de su furor llevado, entre asombros
y delitos, había de poner en mí las plantas, y yo, rendido, a sus pies me había
de ver --¡con qué congoja lo digo!--
siendo alfombra de sus plantas las canas del rostro mío.
¿Quién no da crédito al daño, y más al daño que ha visto en
su estudio, donde hace el amor propio su oficio? Pues dando crédito yo a los
hados, que adivinos me pronosticaban daños en fatales vaticinios, determiné de
encerrar la fiera que había nacido, por ver si el sabio tenía en las estrellas
dominio.
Publicóse que el infante nació muerto, y prevenido hice
labrar una torre entre las peñas y riscos de esos montes, donde apenas la luz
ha hallado camino, por defenderle la entrada sus rústicos obeliscos.
Las graves penas y leyes, que con públicos editos declararon
que ninguno entrase a un vedado sitio del monte, se ocasionaron de las causas
que os he dicho. Allí Segismundo vive mísero, pobre y cautivo, adonde sólo
Clotaldo le ha hablado, tratado y visto.
Éste le ha enseñado ciencias; éste en la ley le ha instruído
católica, siendo solo de sus miserias testigo. Aquí hay tres cosas: La una que yo, Polonia, os estimo tanto, que
os quiero librar de la opresión y servicio de un rey tirano, porque no fuera
señor benigno el que a su patria y su imperio pusiera en tanto peligro.
La otra es considerar que si a mi sangre le quito el derecho
que le dieron humano fuero y divino, no es cristiana caridad; pues ninguna ley
ha dicho que por reservar yo a otro de tirano y de atrevido, pueda yo serlo,
supuesto que si es tirano mi hijo, porque él delito no haga, vengo yo a hacer
los delitos. Es la última y tercera el ver cuánto yerro ha sido dar crédito
fácilmente a los sucesos previstos; pues aunque su inclinación le dicte sus
precipicios, quizá no le vencerán, porque el hado más esquivo, la inclinación
más violenta, el planeta más impío, sólo el albedrío inclinan, no fuerzan el
albedrío. Y así, entre una y otra causa vacilante y discursivo, previne un
remedio tal, que os suspenda los sentidos.
Yo he de ponerle mañana, sin que él sepa que es mi hijo y
rey vuestro, a Segismundo, que aqueste su nombre ha sido, en mi dosel, en mi
silla, y en fin, en el lugar mío, donde os gobierne y os mande, y donde todos
rendidos la obediencia le juréis; pues con aquesto consigo tres cosas, con que
respondo a las otras tres que he dicho.
Es la primera, que siendo prudente, cuerdo y benigno,
desmintiendo en todo al hado que de él tantas cosas dijo, gozaréis el natural
príncipe vuestro, que ha sido cortesano de unos montes y de sus fieras vecino.
Es la segunda, que si él, soberbio, osado, atrevido y crüel, con rienda suelta corre el campo de
sus vicios, habré yo, piadoso, entonces con mi obligación cumplido; y luego en
desposeerle haré como rey invicto, siendo el volverle a la cárcel no crueldad,
sino castigo.
Es la tercera, que siendo el príncipe como os digo, por lo
que os amo, vasallos, os daré reyes más dignos de la corona y el cetro; pues
serán mis dos sobrinos que junto en uno el derecho de los dos, y convenidos con
la fe del matrimonio, tendrá lo que han merecido. Esto como rey os mando, esto
como padre os pido, esto como sabio os ruego, esto como anciano os digo; y si
el Séneca español,que era humilde esclavo, dijo, de su república un rey, como
esclavo os lo suplico.
Si a mí responder me toca,como el que, en efecto, ha sido
aquí el más interesado, en nombre de todos digo, que Segismundo parezca, pues
le basta ser tu hijo.
Danos al príncipe nuestro, que ya por rey le pedimos.
Vasallos, esa fineza os agradezco y estimo. Acompañad a sus
cuartos a los dos atlantes míos, que mañana le veréis.
¡Viva el grande rey Basilio! ¿Podréte hablar?
¡Oh, Clotaldo!, tú seas muy bien venido. Aunque viniendo a
tus plantas es fuerza el haberlo sido, esta vez rompe, señor, el hado triste y
esquivo el privilegio a la ley y a la costumbre el estilo.
BASILIO: ¿Qué
tienes?
CLOTALDO: Una
desdicha, señor, que me ha sucedido, cuando pudiera tenerla por el mayor
regocijo. Este bello joven, osado o
inadvertido, entró en la torre, señor, adonde al príncipe ha visto, y es...
BASILIO: No te
aflijas, Clotaldo; si otro día hubiera sido, confieso que lo sintiera; pero ya
el secreto he dicho, y no importa que él los sepa, supuesto que yo lo digo.
Vedme después, porque tengo muchas cosas que advertiros y muchas que hagáis por
mí; que habéis de ser, os aviso, instrumento del mayor suceso que el mundo ha
visto; y a esos presos, porque al fin no presumáis que castigo descuidos
vuestros, perdono. Vase el rey BASILIO
CLOTALDO: ¡Vivas,
gran señor, mil siglos! (Mejoró el cielo
la suerte. - Ya no diré que es mi hijo,
pues que lo puedo excusar). Extranjeros peregrinos, libres estáis.
ROSAURA: Tus pies
beso mil veces. La vida, señor, me das dado;
y pues a tu cuenta vivo, eternamente seré esclavo tuyo.
CLARÍN: Y yo los
piso, que una letra más o menos no reparan dos amigos.
CLOTALDO: No ha sido
vida la que yo te he dado; porque un hombre bien nacido, si está agraviado, no
vive; y supuesto que has venido a vengarte de un agravio, según tú propio me
has dicho, no te he dado vida yo, porque tú no la has traído; que vida infame
no es vida. (Bien con aquesto le
animo).
ROSAURA: Confieso
que no la tengo, aunque de ti la recibo; pero yo con la venganza dejaré mi
honor tan limpio, que pueda mi vida luego, atropellando peligros, parecer
dádiva tuya.
CLOTALDO: Toma el
acero bruñido que trujiste; que yo sé que él baste, en sangre teñido de tu
enemigo, a vengarte; porque acero que fue mío --digo este instante, este rato
que en mi poder le he tenido--, sabrá vengarte.
ROSAURA: En tu
nombre segunda vez me le ciño. Y en él juro mi venganza, aunque fuese mi
enemigo más poderoso.
CLOTALDO: ¿Eslo mucho?
ROSAURA: Tanto, que
no te lo digo, no porque de tu prudencia mayores cosas no fío, sino porque no
se vuelva contra mí el favor que admiro en tu piedad.
CLOTALDO: Antes
fuera ganarme a mí con decirlo; pues fuera cerrarme el paso de ayudar a tu
enemigo. (¡Oh, si supiera quién
es!)
ROSAURA: Porque no
pienses que estimo tan poco esa confïanza, sabe que el contrario ha sido no
menos que Astolfo, duque de Moscovia.
CLOTALDO: (Mal
resisto el dolor, porque es más grave,
que fue imaginado, visto. Apuremos más el caso). Si moscovita has nacido, el
que es natural señor, mal agraviarte ha podido; vuélvete a tu patria, pues, y
deja el ardiente brío que te despeña.
ROSAURA: Yo sé que
aunque mi príncipe ha sido pudo agraviarme.
CLOTALDO: No pudo,
aunque pusiera, atrevido, la mano en tu rostro.
(¡Ay, cielos!)
ROSAURA: Mayor fue
el agravio mío.
CLOTALDO: Dilo ya,
pues que no puedes decir más que yo imagino.
ROSAURA: Sí dijera;
mas no sé con qué respeto te miro, con qué afecto te venero, con qué estimación
te asisto, que no me atrevo a decirte que es este exterior vestido enigma, pues
no es de quien parece. Juzga advertido,
si no soy lo que parezco y Astolfo a casarse vino con Estrella, si podrá
agraviarme. Harto te he dicho.
CLOTALDO: ¡Escucha,
aguarda, detente! ¿Qué confuso laberinto es éste, conde no puede hallar la
razón el hilo? Mi honor es el agraviado, poderoso el enemigo, yo vasallo, ella
mujer; descubra el cielo camino; aunque no sé si podrá, cuando, en tan confuso
abismo, es todo el cielo un presagio, y es todo el mundo un prodigio. Vase
CLOTALDO FIN DEL PRIMER ACTO
La
vida es sueño es una obra de teatro de Pedro Calderón de la Barca estrenada en
1635.
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